jueves, 21 de enero de 2010

En lo que va de enero Montreal se ha visto agraciada únicamente con 13 horas de sol. Se rumora que la media histórica en esta época del año es de 55 horas pero no, esta vez han sido solamente 13 y todas me las he perdido por esa desagradable tendencia que tiene el sol a dejarse ver estrictamente en horas hábiles.
Mi cuerpecito, que no ha de ser esencialmente diferente al de una ardilla, me envía señales desesperadas para que le dé con qué fabricarme una capita que me permita sobrevivir al crudo invierno. Tengo hambre a todas horas, el cansancio me hace soñar despierta con festines de carbohidratos y chocolate, hay algo dentro de mí que me impele a hacerme de una cama mullida y retirarme a digamos, invernar un poco.

Pero, ouch. Los horarios de rutina no fueron pensados para adaptarse a los cambios de estación, y la última vez que escuché la voz de la naturaleza subí ocho kilos entre enero y marzo, mismos que me tuvieron muy movidita el resto del año esperando retomar un poco mis formas cotidianas.
Así que esta vez me he improvisado una estrategia, que he vivido al máximo esta semana y que podría ser resumida en los siguientes pasos:

1.- Cargar todos los días con cuatro o cinco snacks “políticamente correctos”, e imaginarme que me estoy dando un festín de calorías mientras mastico unas resecas zanahorias baby

2.- Escuchar obsesivamente la siguiente canción en la oficina, que a lo mejor con su tonadita de “and there’s gold falling from here and there” me hace pensar en un rayito de sol




3- …. y, como tampoco puedo ser tan mala onda conmigo misma, pararme todos los días en los famosísimos bagels de St Viateur, institución importantísima de esta urbe, muy envidiada por new yorkos y habitantes de otras ciudades consumidoras de bagels. Aromáticos, deliciosos y sin pretensiones; como debe ser el buen pan. La tienda original en St Viateur funciona las 24 horas de todos los días del año y cada bagel, hecho a mano y cocino en un horno de leña, cuesta 60 centavos de dólar.

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