lunes, 25 de enero de 2010

100% Montreal

Vivir en el Mile End ha sido una experiencia maravillosa. Podría escribir aquí una larga lista de adjetivos del tipo "mágico" y "musical" y aún así no le haría justicia a esta zona de la ciudad, que se conoce con ese nombre y que comprende el área delimitada al norte por la avenida Van Horne y Jeanne-Mance hacia el sur, y la atraviesan algunas de las calles más trendy de Montreal: Laurier, Mont Royal, Fairmount, Bernard, St Viateur, etcétera.

Durante un año y medio me dediqué con entusiasmo a caminar por sus calles y disfrutar de sus numerosos parques, maravillarme con sus magníficos edificios estilo art decó, visitar los ateliers de artistas de todo tipo y las pequeñas boutiques indie en las que siempre encuentro algo único e inesperado. Y ni qué decir de los restaurantes: hay tantísimos que no pasa un día sin que tropieze con alguno que no hemos visitado todavía.
Ayer decidimos darnos un descanso de todos los trabajos que hemos estado haciendo en la casa y dedicamos casi todo el día a pasear por nuestro barrio, con las paradas de rigor a algunos de nuestros restos favoritos.
Mi amiga Lise se sumó al plan y llegó temprano a nuestro departamento, desde donde caminamos una veintena de metros para llegar al Café Souvenir: esta foto fue tomada en Diciembre, cuando ponen un árbol de navidad hecho de las carcazas de viejas bicicletas:

Ahí estuvimos dos horas deliciosas, gozando del ambiente y platicando de todo un poco. Saliendo caminamos por la calle de Bernard y quise compartir con Lise uno de mis más culpables placeres: esos milagritos de queso y pasta de mantequilla que hacen en la panadería hassidic Cheskie:

No es nada raro ver a toda hora una fila enorme de judíos y algunos cristianos esperando a que esos bocaditos en especial salgan del horno.
Seguimos caminando y al cruzar Du Parc nos encontramos con que alguien tuvo el buen tino de intervenir el semáforo cerca del Senzala, un resto portugués que también es bastante popular:


Llegamos al boulevard St Laurent y decidimos hacer un pequeño cuadro y regresar por St Viateur para comprar un café en el Olímpico: un café italiano que también es toda una institución. Cuenta con un billar en que clientes de toda la vida -octagenarios, incluso- se dan cita para convivir las tardes y los fines de semana, y los habitantes de nacionalidad francesa acuden a tomar aquí su café pues es "el verdadero". Como pueden ver en la foto, pese a acabar de desayunar no pudimos resistir la tentación de pasar por un baguel recién salido del horno:


Caminamos con Lise hasta la avenida de Mont Royal, haciendo algunas escalas en tiendas de decoración y de comida orgánica, y después Mario y yo tuvimos que desandar el camino para pasar por el coche e ir a devolver la cámara que usamos para buscar el drenaje (detalles en el post anterior). Una vez cumplida esa tarea visitamos rde rápido IKEA para buscar un escritorio, mismo que no encontramos, pero al menos nos sirvió de inspiración.
Y para cerrar con broche de oro, nos dirigimos al lugar preferido de Mario, La Croissanterie Le Figaro. Ese restaurante ya forma parte de nuestra vida cotidiana y sigue siendo lo bastante trendy como para que siempre llevemos allí a nuestros amigos y familiares cuando vienen a visitarnos. Sus vinos son excelentes, el menú a la hora de la cena es siempre magnífico y además cuando vamos nos sentimos como en casa. En esta foto, uno de los tantos detalles art decó del restaurante (y de espaldas Roland, el Maître d'. Todo un personaje que siempre contribuye a hacer cada visita aún más placentera).

Otro detalle de la decoración del restaurante:

Terminamos de comer a eso de las siete y caminamos de regreso al depa sin prisas, degustando cada instante pues, aunque pensamos seguir viniendo y nos mudaremos a tan sólo veinte minutos de distancia, el privilegio de tener todo esto a la vuelta de la esquina es algo que definitivamente vamos a extrañar.



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