domingo, 4 de octubre de 2009

Viva

La búsqueda de una casa nos ha tenido ansiosos. Vemos opciones y hacemos números, calculando impuestos y tasas de interés. Me siento como a punto de dejar atrás la vida sin deudas ni hipotecas y entrar ahora sí de lleno a un mundo adulto. Ayer no hablamos de otra cosa y hoy amanecimos tensos, con la necesidad de sacudir de nuestra cabeza cualquier pensamiento y entonces hicimos lo lógico: Salir a caminar por el bosquecillo del Mont Royal.
Había llovido, y el monte nos presentaba su cara más lavada y fresca. Al traspasar la reja de la fachada de piedra del cementerio, semejante a las que resguardan los castillos de los cuentos, lamenté el haberme olvidado de mi cámara. Pero ahora creo que fue mejor así, porque quizás de haber estado concentrada buscando la luz y el ángulo me habría perdido de...

Una zorra dorada que atravesó la calzada llevando una ardilla gris en el hocico

Una ardilla más afortunada, que pelaba una bellota recargada contra la rama más alta de un árbol, y que dejaba caer las cascaritas muy cerca de nuestras cabezas

Un mapache gordo y de pelaje hermosisimo, que pasó husmeando por entre las hojas caídas, tomándose su tiempo e indiferente a nuestra presencia
Recogí algunas hojas de maple de distintos colores, pude ver a una ardilla listada (del tipo de chip y dale) sobre el muñón de un árbol, que tras zamparse una bellota se pasó las patitas por la cara, limpiándose los bigotes y todavía, ya de regreso y mientras esperaba a que Mario cambiara el coche al otro lado de la banqueta, la inconfundible algarabía de los patos que ya están migrando me hizo volver la vista hacia el cielo y ver que allí, muy alto, una parvada de los que me parecieron poco más de cien patos salvajes, pasaba sobre nosotros, en su dirección al sur.
En ese momento me sentí mas viva que en estos últimos días de cálculos, deadlines y reuniones interminables en la oficina.

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